terça-feira, 10 de abril de 2012

Respostas à crise da Social Democracia

O El País tem vindo a apresentar, ao longo das últimas semanas, um conjunto de textos acerca da Social Democracia, o seu estado crítico e saídas. Hoje, vale a pena destacar esta leitura de

Por una Tercera Vía 2.0
Hace unos días, en el curso de una cena con Tony Blair, le pregunté quién creía él que, entre los progresistas de Europa, era el heredero de su legado político. Después de un breve silencio, se encogió de hombros y admitió que en realidad no lo sabía. Su reacción no es una muestra de falta de interés —en los últimos meses su compromiso político ha sido mayor que en ningún otro periodo posterior a su estancia en el poder—, sino que ponía de relieve lo poco de moda que está ya la Tercera Vía.
En parte, la falta de aceptación de ese enfoque tiene que ver con el renacimiento ideológico de una arraigada crítica de izquierdas, el mismo que propugnaba que estaba vendido al neoliberalismo. Sin embargo, para los analistas de la izquierda tradicional no se trata únicamente de que los partidarios de la Tercera Vía fueran cómplices de las políticas que condujeron a la crisis financiera mundial. La inseguridad posterior y la exigencia por parte de los ciudadanos de la intervención del Estado en circunstancias muy concretas también se han utilizado de modo oportunista para defender la vuelta a un Estado poderoso. Por desgracia, aunque la austeridad no esté funcionando, probablemente el Estado poderoso de cuño keynesiano hubiera tenido los mismos fallos, siendo quizá más derrochador.

Las penalidades actuales de la Tercera Vía también reflejan las deficiencias de una nueva generación de modernizadores, que ha permitido a la izquierda reaccionaria utilizar la crisis actual para desmantelar precisamente esa Tercera Vía, algo que siempre habían querido hacer. La filosofía central de la Tercera Vía se basaba en la revisión permanente de los medios precisos para alcanzar los eternos fines progresistas. Ahora necesitamos ofrecer una nueva perspectiva, basada tanto en una evaluación sincera de los éxitos y fracasos de esa opción en el pasado como en un análisis más complejo de los desafíos futuros a los que nos enfrentamos.

En política económica, la Tercera Vía alcanzó muchos éxitos notables. El primero fue una posición filosófica que, abandonando el proteccionismo y el mercantilismo industrial basado en la elección de paladines nacionales, se orientó a la creación de un Estado propiciador. La política económica se centró en las capacidades y la educación, la investigación y el desarrollo —el apoyo a tecnologías, servicios y sectores de futuro—, así como en ofrecer incentivos a la inversión privada, el emprendimiento y el empleo activo. En una época de crecimiento mundial, esa atención primordial a medidas macroeconómicas relativas a la oferta condujo a una década de ininterrumpido incremento del empleo, mejoras en la productividad y resurgimiento de la clase media

A pesar de esos éxitos, los acontecimientos de los últimos años han demostrado que la Tercera Vía adolecía de cierta ingenuidad económica en lo tocante a la importancia de la política industrial y de la globalización. En los países históricamente industrializados, la entrada de dos mil millones de nuevos trabajadores en la economía mundial ha planteado importantes interrogantes en materia de competitividad social y económica, y lo mismo ha ocurrido en el sector financiero con la irrupción de un capitalismo de casino. Al centrarnos en la reforma del Estado nacional para permitir que la gente se beneficiara de las oportunidades económicas que ofrecía la globalización, desatendimos el apoyo a los sectores incipientes y la reforma de las instituciones de Bretton Woods, medidas necesarias para controlar más eficazmente los caprichos de la economía global.

Una nueva Tercera Vía, la Tercera Vía 2.0, precisará de una mejor estrategia de ayuda al crecimiento industrial del futuro, sobre todo en el sector de la innovación y las tecnologías de la comunicación, la economía verde y los servicios sanitarios. Además, en términos globales, necesitamos un programa de gobernanza económica mundial más eficaz, que pueda proteger la propiedad intelectual, fomentar el empleo y el respeto al medioambiente, gestionando mejor las conmociones asimétricas que sufra la demanda agregada y los cambios que experimenten las balanzas de pagos regionales y mundial.

En lo tocante a política social, la Tercera Vía trató de sortear la intrincada dicotomía entre protección del Estado del Bienestar y privatización. Con un programa de inversión y reforma, impulsó una campaña destinada a fomentar la colaboración entre lo público y lo privado —tanto para movilizar fondos no gubernamentales como para insuflar el cambio en instituciones esclerotizadas—, incrementar la inversión pública y proporcionar a pacientes, padres y estudiantes el acceso a un mayor abanico de tipos de educación y marcos sanitarios. Esta reforma se conjugó con una mayor responsabilidad individual. A los estudiantes se les pidió que sufragaran parte de los gastos de matrícula y en sanidad se hizo más hincapié en la prevención.

Las reformas tuvieron importantes resultados, en el Reino Unido se redujeron las listas de espera quirúrgicas, subieron los índices de supervivencia en enfermedades graves como el cáncer y las dolencias coronarias y mejoró el nivel de los colegios y universidades. Sin embargo, ese acento en la reforma condujo a un enfoque neoestatalista. Nos convertimos en un Gobierno centrado en hacer las cosas para o por la gente. En el Reino Unido, esto dejó espacio libre a David Cameron y su programa de "Gran Sociedad" (Big Society). El Partido Laborista, a pesar de su historia, no prestó atención a la ayuda que pueden prestar las organizaciones no gubernamentales, las iniciativas comunitarias, las cooperativas o los emprendedores sociales cuando se trata de alcanzar nuestros objetivos. Ese proyecto de Gran Sociedad podría haber sido nuestro, pero nosotros habríamos aportado más eficacia a la colaboración entre, por una parte, un Estado fuerte, eficiente y moderno y, por otra, las comunidades y el tercer sector.

Políticamente, la Tercera Vía no logró mantener su propio proceso de actualización y modernización. Las revoluciones organizativas dirigidas por líderes como Blair y Clinton mejoraron la profesionalidad de nuestros partidos. Aprendimos a mantener la disciplina del mensaje y a comunicarnos más directamente con los votantes. Pero el modelo dependía en exceso de unas órdenes y un control centralizados. Además, al reducir el papel del partido como organismo generador de políticas, nos olvidamos de proporcionarle otra misión política.

Hoy en día, ante una opinión pública menos deferente, y en medio de la revolución de las comunicaciones y los medios sociales, este enfoque ya no es viable. Necesitamos ser más abiertos, trabajar con personas que apoyen nuestros valores, no solo con militantes del partido. Necesitamos abordar la educación política con un enfoque del siglo XXI en el que el partido posibilite que los ciudadanos sean motores del cambio en su propio entorno: participando en los consejos escolares, movilizando a sus comunidades, postulándose como jefes policiales electos o en cualquier función que elijan. A fin de cuentas, debemos estar más dispuestos a colaborar con otros movimientos políticos que compartan nuestros valores.

A mediados de la década de los 90, Tony Blair señaló que la separación entre las tradiciones liberal y laborista había sido uno de los factores que más había frenado las políticas progresistas en el Reino Unido del siglo XX. En la actualidad, en toda Europa necesitamos forjar una nueva era de colaboración entre liberales y laboristas, pero también incorporar a la rama progresista el movimiento verde, a los partidarios de lo que John Halpin, Ruy Teixeira y yo denominamos "política de semáforo". La fusión del rojo, el amarillo y el verde no es solo una necesidad electoral sino que proporciona los cimientos para una economía política progresista en el siglo XXI. Para fomentar la innovación necesitaremos sociedades diversas y tolerantes. Para ser sostenibles, necesitamos un programa social para la renovación energética. Para promover una sociedad justa, esos programas deben engranarse partiendo de una visión del trabajo y de la reforma del Estado basada en un moderno enfoque socialdemócrata.

Sospecho que, si lo logramos, lo mejor de la Tercera Vía estará aún por llegar.
Matt Browne

O triste poema de Günther Grass

Lo que hay que decir

Por qué guardo silencio, demasiado tiempo
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.

Crise no PC Chinês

A poucos meses do Congresso e mudança de lideranças no PC chinês verificam-se disputas que ameaçam a "estabilidade" do partido do regime, conforme esta notícia do La Nación faz saber.

PEKIN - Ya se sabía que 2012 sería un año de cambios en la segunda potencia global. En octubre próximo, en la reunión anual del Partido Comunista (PCC), el presidente Hu Jintao abrirá el juego a su sucesión después de 10 años de mandato, una década en la que China creció como ninguna otra nación en la historia hasta amenazar ya el dominio económico de Estados Unidos.

Lo que no se esperaba era que esa transición se convirtiera, aun con siete meses de anticipación, en una lucha despiadada por el poder dentro del corazón del régimen, que amenaza la estabilidad y la unidad del gobierno comunista, dos pilares del boom económico.

China enfrenta hoy su mayor crisis política, protagonizada por los reformistas, que buscan una mayor apertura económica y política, y los neomaoístas, que proponen un regreso a un Estado omnipresente y, según sus detractores, a una nueva Revolución Cultural.

Por ahora, el ala aperturista lleva la delantera en la guerra por el poder, pero, para hacerlo, se vio forzada a destituir, hace unas semanas y en medio de un thriller policial, al carismático Bo Xilai -estrella del ala ultraconservadora- como miembro del Buró Político y líder de la gigantesca metrópolis de Chongqing (ver aparte). Bo era candidato a asumir uno de los nueve selectos puestos del Comité Permanente, el cuerpo colegiado que toma todas las decisiones relevantes en China. Pero sus ideas maoístas y su comportamiento irreverente se oponían al actual enfoque pragmático y desarrollista del régimen.

Desde 1989, el gobierno chino pone la unidad por encima de todo, bajo la firme convicción de que la externalización de las luchas internas es una amenaza de desestabilización, tal y como ocurrió durante las revueltas en Tiananmen. La caída de Bo mostró que los líderes chinos no están dispuestos a continuar con alguien que actúa de forma individual más que como miembro de un enorme ente, como es el PCCh.

Como nunca antes en la historia del comunismo, el desplazamiento de Bo se hizo ante los ojos sorprendidos de millones de chinos, que siguieron las intrigas del hasta hacía poco hermético PCCh por Internet.

El secretismo del régimen sirvió para crear un sinfín de conjeturas. Así ocurrió con el supuesto golpe de Estado a manos del ala conservadora del PCCh, que es tan sólo un rumor más en medio de un extraño período de libertad de información política. Lo único real del "golpe" fueron el cierre de 16 páginas de Internet y el arresto de seis personas por atentar contra la seguridad pública.

La historia se inició con un informe digital que aseguraba que el jefe de policía de Chongqing, Wang Lijun, había ofrecido información privilegiada sobre el abuso de poder del líder comunista a cambio de un asilo político en Estados Unidos. La noticia siguiente fue el retiro de Bo, justo después de un discurso del primer ministro, Wen Jiabao, en contra de las prácticas que recuerdan a la Revolución Cultural. Y Bo es, justamente, un amante de aquella revolución, del control y de las prácticas maoístas.

Su caída -que varios grupos maoístas atribuyeron a un complot norteamericano- sirvió para que se reanudara la discusión sobre la necesidad de una reforma política en China. "Los eventos recientes dejan una cosa clara: es hora de cambiar el sistema de gobierno en China", decía un editorial de Caixin , la revista económica más prestigiosa del país.

El PCCh normalmente es una institución reservada. Pero China vive hoy la rapidez de Internet y tiene una posición más prominente en el mundo. Y aunque la censura en línea sea constante, el que la noticia de la destitución de Bo fuera así de pública buscaba sentar un precedente que comprobara puertas afuera el compromiso hacia una apertura, el apartamiento de las políticas tradicionales controladoras y, por encima de todo, la estabilidad de un partido que piensa como un colectivo.

De los nueve miembros del Comité Permanente del Buró Político sólo quedarán dos: Xi Jinping, probable próximo presidente, y Li Keqiang, actual viceprimer ministro y posible reemplazo de Wen Jiabao. La nominación es aún misteriosa.

La carrera, esplendorosa y propagandística de Bo -que es, probablemente, casi el primer político en China que hace campaña de forma independiente en lugar de apelar al conjunto partidista-, lo había catapultado a la fama. Su purga de la mafia en Chongqing había sido un ejemplo en el país.

Conocedor de las artimañas políticas, se había encargado además de criticar a sus antecesores, incluido Wang Yang, actual líder comunista de Guangzhou, otro de los posibles candidatos al Comité Permanente. Wang es un protegido de la Liga de la Juventud Comunista -a la que también pertenece Hu-, y hoy se convirtió en el ejemplo por seguir del ala reformista. Su solución al conflicto de poderes en el pueblo rebelde de Wukan, donde se propuso una votación democrática en lugar de una selección a dedo de sus líderes, es uno de los caminos hacia donde el ala progresista china quiere apuntar.

En varias ocasiones, tanto Hu como Wan hablaron de la necesidad de aplicar reformas políticas y legales a su país, contando a la democracia como una herramienta útil -en casos específicos- para solucionar problemas sociales.

Las reformas
Las acciones irreverentes de Bo, unidas a su efervescente pasión por un regreso al maoísmo y al férreo control estatal, parecen haber puesto en alerta al ala reformista. "Su forma de hacer campaña abiertamente para ganar poder y su uso de los medios para movilizar el apoyo popular rompían con la fachada de unidad en la cúpula del partido", señaló Susan Shirk, profesora de la Universidad de California y alta funcionaria durante el gobierno de Bill Clinton.

El ascenso de Bo, miembro de la facción de "principitos" junto a Xi Jinping, por ser delfines comunistas y de tono conservador, hubiese jaqueado las acciones de la Liga de la Juventud Comunista, de tono reformista.

Las purgas a un alto nivel político no han sido comunes en la historia reciente. Las decisiones tomadas frente a las protestas estudiantiles en Tiananmen dejaron como resultado renuncias, destituciones y arrestos domiciliarios a políticos del ala progresista comunista. Pero, después, sólo dos de los 24 miembros del Buró Político fueron destituidos en las últimas dos décadas, en ambos casos por corrupción.

Luego del desplazamiento de Bo, la sociedad china se volcó hacia la red en la búsqueda de verdades. Las autoridades aún no dieron detalles de la purga, sobre la fuga y posterior desaparición del escenario de su lugarteniente Wang Lijun y otros incidentes.

Las declaraciones de Wen Jiabao después de la destitución de Bo alimentaron las esperanzas de que estas reformas incluso podrían comenzar antes de la transición. Pero, al final, esta responsabilidad recaerá sobre los hombros de Xi Jinping y Li Keqiang. "Aunque algunos quisieran que Xi acelere las reformas, tanto políticas como económicas, probablemente lo hará lentamente. La estabilidad seguirá siendo la prioridad de China", escribió el estratega político Robert Kuhn, quien asesoró a Xi durante su reciente viaje a Estados Unidos, en el International Herald Tribune.

O Oskar Lafontaine francês

Mélenchon, el candidato de la izquierda radical que quiere gobernar Francia

Uma candidatura em crescendo e com força. Mélenchon apresenta-se como uma das candidaturas mais fortes, batendo concorrentes que se esperariam com mais força neste momento, como Marine Le Pen, que viu Sarkozy retirar-lhe grande parte das bandeiras, e François Bayrou, a surpresa das presidenciais de 2007.

A propósito das causas do ex-militante socialista vale a pena conhecer a leitura de Cohn-Bendit, que o encara como reforço, inesperado, de Sarkozy.