O El País tem vindo a apresentar, ao longo das últimas semanas, um conjunto de textos acerca da Social Democracia, o seu estado crítico e saídas. Hoje, vale a pena destacar esta leitura de
Por una Tercera Vía 2.0
Hace unos días, en el curso de una cena con Tony Blair, le pregunté quién creía él que, entre los progresistas de Europa, era el heredero de su legado político. Después de un breve silencio, se encogió de hombros y admitió que en realidad no lo sabía. Su reacción no es una muestra de falta de interés —en los últimos meses su compromiso político ha sido mayor que en ningún otro periodo posterior a su estancia en el poder—, sino que ponía de relieve lo poco de moda que está ya la Tercera Vía.
En parte, la falta de aceptación de ese enfoque tiene que ver con el renacimiento ideológico de una arraigada crítica de izquierdas, el mismo que propugnaba que estaba vendido al neoliberalismo. Sin embargo, para los analistas de la izquierda tradicional no se trata únicamente de que los partidarios de la Tercera Vía fueran cómplices de las políticas que condujeron a la crisis financiera mundial. La inseguridad posterior y la exigencia por parte de los ciudadanos de la intervención del Estado en circunstancias muy concretas también se han utilizado de modo oportunista para defender la vuelta a un Estado poderoso. Por desgracia, aunque la austeridad no esté funcionando, probablemente el Estado poderoso de cuño keynesiano hubiera tenido los mismos fallos, siendo quizá más derrochador.
En política económica, la Tercera Vía alcanzó muchos éxitos notables. El primero fue una posición filosófica que, abandonando el proteccionismo y el mercantilismo industrial basado en la elección de paladines nacionales, se orientó a la creación de un Estado propiciador. La política económica se centró en las capacidades y la educación, la investigación y el desarrollo —el apoyo a tecnologías, servicios y sectores de futuro—, así como en ofrecer incentivos a la inversión privada, el emprendimiento y el empleo activo. En una época de crecimiento mundial, esa atención primordial a medidas macroeconómicas relativas a la oferta condujo a una década de ininterrumpido incremento del empleo, mejoras en la productividad y resurgimiento de la clase media
A pesar de esos éxitos, los acontecimientos de los últimos años han demostrado que la Tercera Vía adolecía de cierta ingenuidad económica en lo tocante a la importancia de la política industrial y de la globalización. En los países históricamente industrializados, la entrada de dos mil millones de nuevos trabajadores en la economía mundial ha planteado importantes interrogantes en materia de competitividad social y económica, y lo mismo ha ocurrido en el sector financiero con la irrupción de un capitalismo de casino. Al centrarnos en la reforma del Estado nacional para permitir que la gente se beneficiara de las oportunidades económicas que ofrecía la globalización, desatendimos el apoyo a los sectores incipientes y la reforma de las instituciones de Bretton Woods, medidas necesarias para controlar más eficazmente los caprichos de la economía global.
Una nueva Tercera Vía, la Tercera Vía 2.0, precisará de una mejor estrategia de ayuda al crecimiento industrial del futuro, sobre todo en el sector de la innovación y las tecnologías de la comunicación, la economía verde y los servicios sanitarios. Además, en términos globales, necesitamos un programa de gobernanza económica mundial más eficaz, que pueda proteger la propiedad intelectual, fomentar el empleo y el respeto al medioambiente, gestionando mejor las conmociones asimétricas que sufra la demanda agregada y los cambios que experimenten las balanzas de pagos regionales y mundial.
En lo tocante a política social, la Tercera Vía trató de sortear la intrincada dicotomía entre protección del Estado del Bienestar y privatización. Con un programa de inversión y reforma, impulsó una campaña destinada a fomentar la colaboración entre lo público y lo privado —tanto para movilizar fondos no gubernamentales como para insuflar el cambio en instituciones esclerotizadas—, incrementar la inversión pública y proporcionar a pacientes, padres y estudiantes el acceso a un mayor abanico de tipos de educación y marcos sanitarios. Esta reforma se conjugó con una mayor responsabilidad individual. A los estudiantes se les pidió que sufragaran parte de los gastos de matrícula y en sanidad se hizo más hincapié en la prevención.
Las reformas tuvieron importantes resultados, en el Reino Unido se redujeron las listas de espera quirúrgicas, subieron los índices de supervivencia en enfermedades graves como el cáncer y las dolencias coronarias y mejoró el nivel de los colegios y universidades. Sin embargo, ese acento en la reforma condujo a un enfoque neoestatalista. Nos convertimos en un Gobierno centrado en hacer las cosas para o por la gente. En el Reino Unido, esto dejó espacio libre a David Cameron y su programa de "Gran Sociedad" (Big Society). El Partido Laborista, a pesar de su historia, no prestó atención a la ayuda que pueden prestar las organizaciones no gubernamentales, las iniciativas comunitarias, las cooperativas o los emprendedores sociales cuando se trata de alcanzar nuestros objetivos. Ese proyecto de Gran Sociedad podría haber sido nuestro, pero nosotros habríamos aportado más eficacia a la colaboración entre, por una parte, un Estado fuerte, eficiente y moderno y, por otra, las comunidades y el tercer sector.
Políticamente, la Tercera Vía no logró mantener su propio proceso de actualización y modernización. Las revoluciones organizativas dirigidas por líderes como Blair y Clinton mejoraron la profesionalidad de nuestros partidos. Aprendimos a mantener la disciplina del mensaje y a comunicarnos más directamente con los votantes. Pero el modelo dependía en exceso de unas órdenes y un control centralizados. Además, al reducir el papel del partido como organismo generador de políticas, nos olvidamos de proporcionarle otra misión política.
Hoy en día, ante una opinión pública menos deferente, y en medio de la revolución de las comunicaciones y los medios sociales, este enfoque ya no es viable. Necesitamos ser más abiertos, trabajar con personas que apoyen nuestros valores, no solo con militantes del partido. Necesitamos abordar la educación política con un enfoque del siglo XXI en el que el partido posibilite que los ciudadanos sean motores del cambio en su propio entorno: participando en los consejos escolares, movilizando a sus comunidades, postulándose como jefes policiales electos o en cualquier función que elijan. A fin de cuentas, debemos estar más dispuestos a colaborar con otros movimientos políticos que compartan nuestros valores.
A mediados de la década de los 90, Tony Blair señaló que la separación entre las tradiciones liberal y laborista había sido uno de los factores que más había frenado las políticas progresistas en el Reino Unido del siglo XX. En la actualidad, en toda Europa necesitamos forjar una nueva era de colaboración entre liberales y laboristas, pero también incorporar a la rama progresista el movimiento verde, a los partidarios de lo que John Halpin, Ruy Teixeira y yo denominamos "política de semáforo". La fusión del rojo, el amarillo y el verde no es solo una necesidad electoral sino que proporciona los cimientos para una economía política progresista en el siglo XXI. Para fomentar la innovación necesitaremos sociedades diversas y tolerantes. Para ser sostenibles, necesitamos un programa social para la renovación energética. Para promover una sociedad justa, esos programas deben engranarse partiendo de una visión del trabajo y de la reforma del Estado basada en un moderno enfoque socialdemócrata.
Sospecho que, si lo logramos, lo mejor de la Tercera Vía estará aún por llegar.
Matt Browne